jueves, 1 de septiembre de 2016

Fin de una era.

Culiones Fallidos.

Bitácora.
Fines de julio.

El martes a mi llegada a C* todo partió caótico. Tomé una micro que regularmente se demora media hora en el recorrido y esperé, esperé, esperé… por lo menos una hora para llegar. Compré maldades (Aló, PDI?) y mi dealer me dejó más volá que Snoop Dog, pero me fui con las instrucciones para tomar micro hasta mi siguiente destino. Jamás entendí las instrucciones y me perdí. Tomé dos micros, pero llegué.


Me junté con un lector que me leía/lee, porque dije que le había hecho a la pasta y no sé si llegaría la policía por mis ilegalidades, o porque de él, yendo casi a kinder, sólo me separaban unos pelitos del delito. Cuando llegó me miró con ojitos lascivos, llevó su mano al pantalón, agarró un grueso, enorme y prensado pito, que tenía un gemelo que me dejó pegá al techo. Como no paraba de repetirme que no sólo era delito, o pecado, además iba contra mis reglas básicas, me abstuve de violarlo ahí mismo en la orilla del lago, agarré mi cuerpo y lo llevé engañao pa Chillán.


No sé cómo, pero tomé un bus que me llevaría a la tierra de las longas (buen augurio debía ser ese). Llegando a una ciudad de noche, más fría que el corazón de #R, después de haber tomado otro bus y reencontrarme, llegué donde otro lector. Esta vez, unos años, o unas décadas, quizá muchas, más que el anterior.

Me invitó a un bar con luces, música estridente y decoraciones por todos lados. Pero ustedes saben que yo, con un vinito soy feliz. O una cerveza, o un pisco, o un ron, o un tequila… en fin. Como no por nada me dicen la “siempre lista”, andaba con un pisco de los finos y nos fuimos a su casa a combatir el frío (1313).


Abrió la botella y esperaba para abrir mi húmedo corazón. Nos pusimos a hablar del blog, de la vida, de su vida y todo iba bien… excepto que a cada momento que parecía querer coquetearme, hacía algo diametralmente opuesto y me mataba las pasiones. No era sólo su ropa descuidada y sonsa, o sus movimientos de adolescente torpe, o que pusiera música a la moda para pasar por lolein siendo un hombre de la mediana edad, o que el pisco no llegara a mi cabeza y nublara por completo mi gusto, era más bien su falta de tino para hacer las cosas. Nos acomodamos en su pieza y de entre sus brazos tuve que zafarme, agarrar mi cuerpo y mandarlo a dormir.



Al otro día, fuimos con mi amiga Claudia a la playa. En la Claudia yo pienso cuando me dicen que para nosotras es más fácil culiar por el sólo hecho de ser mujer, o que si no se da, es porque "no ponemos de nuestra parte". No, deténganse y observen este espécimen: ella tiene vagina, ella le ha puesto y le sigue poniendo mucho empeño, ella sólo ha tirado una vez, ella jamás ha tenido un orgasmo, ella alucina en las sexshop, su sueño más preciado es ir a un café con piernas y ella, no discrimina. (Si alguien se ofrece a hacerla ver el cielo, mande mensaje, le estaremos comunicando.)


Le mandé un mensaje a #K que me decía cada vez que estaba ebrio que me extrañaba, cosa no menos importante para una persona con tendencia al alcoholismo como él y como yo. Le invité a un vino, a unas cervezas, a un pito, a unos besitos, a un paseo por la orilla del mar, a comer papas fritas o a comerme a mí con papas fritas, pero nada. #K estaba tan enfermo, que no lo pude ver. No pude sacarme las ganas y ya me estaba empezando a frustrar.


A #R le hablé para coordinar, pero todo se derrumbó y terminé en un lugar “donde se bañan los perros” fumándome las penas. Llegué a la casa volando y me pegué al televisor viendo programas de animales. Aprendí por ejemplo, que las ranas respiran por la cloaca cuando duermen. Cuando estaba tratando de entender las opciones posibles de lo que implica respirar por la cloaca, me llega un mensaje:
R: Ya me desocupé.
¿Dónde estás?
M: Llego en 10 minutos. Llevo cigarros.

Así de difícil, agarré mi cuerpo y con un lapsus de 3 horas antes de la partida de mi bus, considerando una de viaje, en 2 horas podría hacer de las mías, dejar a mi corazón tranquilo y mis pasiones también.



Llegué y seguí la rutina. Como dicen por ahí, ¿cómo saluday de besito en la mejilla a alguien a quién le deciay tíralo en el potito? Pude ver por última vez esos ojitos rojos y él decirme por última vez que me cuidara. Me va a dejar a la puerta, me mira con ojos de fuego, no me da tiempo ni de reaccionar y se tira a besarme. Todo rápido, todo pasional. Me presiona contra su cuerpo, me empuja luego hacia a dentro y apenas estamos en la pieza, me quita la ropa, con esa agilidad de alguien que te conoce hasta las mañas en los sostenes. Sus manos recorrían mi cuerpo a prisa y yo no dejaba de agarrarlo, de donde pudiera hacia mí, pensando en que esta sería la última vez.



Salí de mi letargo cuando me dijo “ya po, ponte en cuatro” y de una embestida expulsó de mí toda la penagóticaemocore, para introducir su cuerpo en mí.
Me tocaba, agarraba, besaba frenéticamente, mientras me aferraba a él con desesperación, lo mordía, lo rasguñaba, sentía que su cuerpo cada vez iba más lento y sus besos eran más delicados, más dedicados. Despavorida huí, me aferré a su pecho y lo empujé contra la cama, me subí y lo monté desde lejos, observándolo, sintiéndolo… “¿adentro o a fuera?” me saca de nuevo del letargo y le digo “afuera (de mi corazón, pienso)”.


Un último beso, un último adiós y yo con media hora de retraso. Terminé comprando un pasaje al azar, en un bus que era tan cuma que tenía wifi, pero robada del bus de al lado.



Y aquí estoy, en tiempo presente, escribiendo con un lápiz mina porque el auxiliar se quedó con el de pasta que pidió tan coquetamente, esperando a lo que venga.



Besitos, M.

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