domingo, 9 de julio de 2017

Bésame fuerte antes que te vayas.

I

¿Les ha pasado antes, que ven venir el desenlace de una situación? Ven cómo todo se ha dado y cómo esto confluye para que se de de igual manera. A veces sólo sigues porque tienes la esperanza de que las cosas no sean como esperas, y es esa esperanza la que me tiene aquí.





A penas me habló de un par de textos que había escrito en tono erótico supe que quería verlo. Leo es de otra región, así que el encuentro era menos probable, pero venía un par de días a la capital por temas de trámites y era mi oportunidad. No me desesperé como lo hago siempre, al contrario, disfruté con muchas ganas de cada una de las conversaciones que mantuvimos durante esas semanas antes de vernos. Hablamos todo el día, todos los días, así que pasé al grado de acostumbrarme y con ello, extrañarlo si no estaba. Por su parte, además de elogiarme (cosa que me agobia y me hace huir lo más veloz que puedo), me decía que también tenía el mismo apego a nuestras conversaciones.

Sábado del viaje. Sábado en el que pensé no hablaríamos, pero aun así no lo pudimos evitar. Llegó el día y me di tantas vueltas como pude. No quería ir, pero quería estar allá de una vez. La ansiedad entró en juego y si no hubiera sido porque V me echó de la casa con una patada (poco le faltó), quizá no hubiera salido, pero “entre hacerla y no hacerla, siempre hacerla”.


Ahí estaba yo, pareciendo cool aunque realmente me sudaban las manos y el estómago me era un lío. Cuando nos sentamos, me dijo que pidiera lo que quisiera y ahí me di cuenta, que estaba tan o más nervioso que yo. Me dijo que pidiera lo que quisiera y ahí, fueron sus gestos, que lo repitiera tantas veces, que le temblara la voz, que sus manos estuvieran inquietas o que sus ojos se movieran de un lado a otro, lo que me hizo ganar y calmarme por una vez. Y es que con nosotros siempre es ganar o perder, aunque se pierda cuando se gane o se gane cuando se pierda. Pedí la cerveza con mayor grados que he probado y que tenían disponible, yo también necesitaba un poco de alcohol para que se me nublara el juicio, porque con ese siempre tengo conflictos.

Me dejé llevar por el alcohol y no alcancé a tener la conversación típica en el baño con mis personalidades múltiples. No había nada que hablar conmigo misma, ya sabía cómo seguiría todo y sólo pude mirarme cómplice y sonreír maliciosamente. Me volví a sentar y como el resfriado me tenía expiando culpas de vidas pasadas (porque era mucho para ser sólo de esta), pedí limones y agua mineral. Sí, estuve a punto de oxidarme, pero Leo me ayudó a exprimirlos y a mí el jugo se me caía por los dedos, chorreantes, sin poder evitar pasar mi lengua por ellos recopilando su elixir y mirándolo fijo, sin decir nada. Es el momento en el que se cruzan las miradas y no es necesario más que dejar que tu respiración se acelere, tu ritmo sanguíneo se intensifique, tus pupilas se dilaten y las conexiones en tu cerebro revelen el deseo. Se acercó a mí y pensé en decirle que no, estuve años pensando en decirle una y otra vez que no, pero volví al tiempo y mundo real y me sumergí en su boca, nadé con su lengua y me dejé llevar.



Caminamos mucho, por mis calles, por la capital, por lugares que tienen más recuerdos que adoquines, apreciando la arquitectura, la estructura, la simetría y la distopía que significaba esta ciudad a esas horas de la madrugada, sin nadie, sólo nosotros. Llegamos al paradero. Dos opciones: mi casa o su casa. Su casa. Taxi hasta su destino y a pesar del desconcierto creía que teníamos mucho por hablar aún, así que para no dejar nada pendiente y esquivar la noche que podría pasar en su sillón nos fuimos a la cama directo. Nos acomodamos  y yo, ilusamente, esperaba que pudiéramos conversar. No sé en qué estaba pensando, pero sé que mi cuerpo tenía otros planes para mí. 

Él se acercó, me dijo que durmiéramos en cucharita y yo, que ya sabía que esa táctica cumplía años, lo seguí. Empezamos a movernos, a seguir el ritmo que nuestras respiraciones marcaban, a presionar nuestros cuerpos contra el otro, a subir el calor corporal, estábamos listos para que las carnes se yuxtapusieran. Se acerca a mi oído y me susurra: “No tengo condón”. Csm, pensé. “Pero puedo complacerte de otras formas”. Recsm, volví a pensar.




Bajó por mi cuello y se metió entre las sábanas, me sacó las panties, las bragas y se hundió en mis piernas. No sólo se acomodó como profesional, también se abrió paso como un artista. Su lengua bífida recorrió mis labios, jugueteó con mi clítoris y se adentró en mi humedad, esa que a él le excitaba más y más. Siguió con sus dedos, los movía dentro y yo ahogaba el gemido que anhelaba expulsar. Se quedó ahí más de lo que yo quería y menos de lo que él deseaba. Estaba dentro, tan dentro que no era necesario que introdujera nada más. Mi cuerpo sólo se retorcía de placer y a él se la inflaba el pecho. Sus dedos chorreantes, mis orgasmos seguidos uno tras otro, mis piernas sin más fuerzas y mi cola pidiendo que se acercara, que se posara encima, que su peso presionara mi cuerpo y que se adentrara en la tormenta que era en esos momentos...




Un par de horas de sueño, despertar y no saber si todo lo que me dijo anoche era real. "Me gustas" resonaba y no entendía. Aún no entiendo. "¿Como el pie de limón?" atiné a decirle y hasta un par de "idiota" se me escaparon. Yo estaba ahí para cumplir mi cometido: la intensidad la quería en mi húmedo y palpitante corazón. Así que nos fuimos de ahí y partimos a mi casa. Teníamos que hacer hora y mi moral necesitaba un café. Me pidió la mano, me pidió un beso, me pidió eliminar centímetros entre nosotros, pero a todo le dije que no.

Caja de condones, cafeína en mi cuerpo y sus ojos fijos en los míos. Sólo eso necesitaba. A él la cordillera, el cielo y mi cuerpo lo tenían embobado. Quizá era el aire capitalino que lo intoxicaba, o quizá era mi aliento que envenenaba cada que le daba un beso. Me siguió escaleras arriba, me siguió a la pieza, estaba más tímido e incómodo de lo normal. Me pidió, de nuevo, que nos acostáramos, pero yo sólo quería aprovechar el tiempo. Le moví la colita, felina, rozándolo, incitándolo a venir a mí. Se acomodó y de sus besos en el cuello a mis últimos gemidos, al fin liberados de mi pecho, sólo recuerdo placer. Un constante "dame más, quiero más" seguida por sus embestidas, sin piedad, azotándome contra la cama, la pared, lo que fuera que alcanzara a sostenerme. Y era mi aliento, mi súplica, mi grito el que lograba hacer contra peso a su cuerpo y no me dejaba caer. 



Ven, bésame, aquí. Me paré, me puse un vestido, enrolé con mis dedos el papel sobre las flores y las quemé. Lo incité, quería mi b-o-c-a-nada, en su b-o-c-a, pero me rechazó. Mi ego herido, el mismo que me había hecho amarrarlo a la cama y pasarle un hielo por su moreno y esculpido cuerpo, el que me hacía retarlo cuando se quejaba más de lo debido, el mismo que se inflaba cuando el hielo, en mi boca, se fundía con mi saliva y caía sobre su miembro erecto y anhelante de mí, ese ego, se iba al fondo. Así que le pedí que me lamiera, que se incrustara en mi cola mientras yo fumaba, y seguía fumando, y él seguía, mirándome, concentrado en el cielo, quizá, en las nubes que pasaban tras de mí y yo en su lengua, en sus labios y en que quería más, pero estaba muy arriba para la proeza que se venía.



Me puse arriba de él, pero no pude. Se burló de mí, me dijo que no importaba, se bañó, agarró sus cosas y se fue. 


Un placer, M.