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Parte III
Debo admitir que el completo nunca fue un muchacho con el que todo fuera fácil para mí, al contrario, es de los que se dan color y eso, ay, mami, me encanta. A pesar de eso, la primera vez que vino, mientras meditaba en el baño, sólo me conformaba con un besito, pero ustedes ya leyeron lo que pasó, y aunque estuvo muy-muy-muy bueno, no es algo de lo que yo haya salido como campeona y merecedora de ninguna medalla. Así que cuando me ignoraba los mensajes después, y las invitaciones a tomar once, mi ego me decía que ya todo estaba perdido.
Pero no, llegó la revancha y eso me tenía muy nerviosa. Nuevamente, en el segundo encuentro había demasiada droga y alcohol para poder salir lo suficientemente satisfecha de mi pieza, así que dije: la tercera es la vencida y fue así como nos vimos el sábado recién pasado.
Debo admitir que no siempre soy la diosa amazónica que pretendo ser, y a veces fuera de ser M la Más pulenta y Maraca del barrio fino, tengo mis malos momentos. Casi llorando, con una mini crisis de ansiedarks (saludos Bertha) me probé toda la ropa que tenía, y no sabía qué ponerme. Así que, después de una lloradita, me puse bellaca, bien acicalada y lo di todo, como buena mamasota que soy.
Llegó el muchacho en cuestión, y Oh! Dios! ¿Por qué huele tan rico? ¿Por qué es tan amable? ¿Por qué sus labios son hipnóticos? Ay, señoras y señores, eso sólo fueron los primeros 5 segundos de su arribo y yo ya quería lanzarme encima cuál gata salvaje.
Esta vez sí sólo tomamos café, fumamos y el humo servía como cortina para mis nervios. En el mismo baño donde tuve la misma conversación anterior sobre “ay, si sólo me conformo con un beso”, volví a pensar en que no tenía por qué pasar nada, que eso estaría bien pero salgo y escucho los tambores estridentes que acompañan la voz de Tokischa, y no, no pude contener el movimiento de mis caderas. Esta vez le tomé yo la manito y lo invité a bailar.
Siempre ha sido el momento en el que perreo como si no tuviéramos mañana, y es que eso, querubines, es demasiado cierto, este mundo pareciera que está viendo su final, ¿por qué no darlo todo hasta el -10? Así que ahí estaba yo, sacando todas las clases de trwerk que he tenido, con la mano hasta el piso, y sintiendo con el roce de mis nalgas como crecía y crecía mi compañero.
Ahora sí, a la pieza que no sabes las ganas que tengo de hacer lo mismo, pero sin ropa. Pensaba, mientras lo llevaba a la cama. Le sacaba la ropa, me sacaba la mía.
Por fin, arriba. Esta vez las drogas no iban a impedir que fuera la mejor vaquera que ha tenido en su vida. Ni su ritmo de toro mecánico me iba a hacer caer de ese miembro al que estaba muy sujeta y que no podía dejar de domar. Acomodé las piernas a su costado, mientras me besaba, lamía, mordía los pezones, apretaba mis pechos, y sus pupilas se dilataban. Ahora más adentro. Con la espalda encorvada hacia atrás, la cabeza dejándose caer y moviendo sólo las caderas. Me vuelvo a acomodar, pero esta vez quiero que tenga una vista completa de mis nalgas, de mi ano abriéndose con el placer que me causaba el THC mezclado con su aroma a Tommy Hilfiger y azotando mi trasero contra su erección. Todo, dentro, bien fuerte, más, máaaaaas… Me tira el pelo, y aunque es algo que odio, no sé cómo lo hizo para que fuera con la fuerza justa mientras me lo metía más, y más dentro, más y más fuerte y sólo pudiera gemir de placer.
Me despiertan del éxtasis sus manos haciendo un gesto para que cambiemos y como buena niña o, al menos eso quería ser para él, obedezco. Se pone arriba, me estira las piernas como sabe me gusta, y me empiezo a tocar, estoy tan cerca… siento que voy a estallar de placer. Ve como se le cae la babita mientras abre más mis labios, a penas el roce con sus dedos me excitan más y más. Me dice “estoy cerca” y ya con eso desencadeno a los mil demonios, la electricidad recorre toda mi columna y desde la punta de mis dedos de los pies siento recorrer un escalofríos que me lleva a un mar de placer, un gemido ahogado, un último impulso y su pene entrando y saliendo de mí me llevan al éxtasis.
Recobro la consciencia y a penas puedo escuchar el mugido de su voz grave y extasiada, que me anticipa “ahora yo”. Me toma de una pierna, me tira de lleno a la cama, acostada, con las manos bien lejos, sin poder tocarlo. No me deja tocarlo, porque a toda velocidad me embiste, se transforma en una bestia, sus gemidos son rugir de caballos de fuerza, siento como aprieta los dientes porque me incrusta los dedos en las caderas. Es muy fuerte, es muy profundo, es muy adentro y mi cuerpo se aleja un poco, pero no puedo, me vuelve a tomar y esta vez no me suelta, no hasta que cumpla con su cometido, sólo que esta vez me ve con la lengua afuera, agitada como una perrita sedienta y me lo ofrece.
Sentada, me demanda. Y yo, obedezco.
De rodillas enfoco sus ojos, ahora negros por completo, sus pupilas están por reventar de placer, y vuelvo a su pene: erecto, moreno, con su cabeza anhelante, se ve inyectado de sangre, y sus venas bombean sin parar. Me lo meto a la boca. Uh, un gemido. Ya está, eso es lo que querías. Ahora, con mis manos ayudándome a controlar tamaño coloso y mi boca bien abierta, lo envuelvo en saliva, todo mojado para poder hacerlo entrar y salir de mi boca, saborearlo y volver a meterlo completo, hasta la garganta, más, más… uh… un volcán en mi boca haciendo erupción, puedo deleitarme con su semen llenándome la boca.
Al fin mi ego cumplió su misión. La Amazonas bailaba sin parar, de un lado a otro saltando. Nos devolvimos al living, escenario inicial y pude ofrecerle un cigarro y un café al hombre. Éste antes de partir, lavó su taza, le hizo cariño a mi gata y se despidió diciendo: “Nos vemos”.
Me quedo con eso, sé que no nos veremos más, pero la sola posibilidad de volver a repetir lo que me dejó adolorida todo el día domingo, me reconforta.
Por ahora, cada vez que vea un completo pensaré en él y espero superar esas conversaciones intensas como buen psiciano, antes de empezar con el perreo hasta el piso.
Un besito para él, y un placer, como siempre, tu M, de Mamasota bien bellaca.