sábado, 28 de enero de 2017

Oda al Araucano.

Parte II

Después de mil súplicas, #V me permitió llevar a Michimalonko a la casa, siempre y cuando ella no estuviera. Así que, un día como hoy, donde estaba sola en la casa, le dije que se duchara y que viniera rápido.

A veces sólo llegaba, me preguntaba cómo había estado mi día y culiábamos como animales hasta sudar lo último que nos quedara en el cuerpo. Otra veces, era más lento. Como cuando llegó con unas cervezas y nos pusimos a bailar ska en el living. O cuando llegaba, le pedía dos minutos y mientras cocinaba el almuerzo para el otro día, él me interrumpía con mordiscos en el cuello y agarrones furtivos. Hasta le pasé la escoba un par de veces para que me ayudara con el aseo y culiáramos luego. Además de prestarle el computador para un trabajo para la universidad y yo leyendo uno que otro libro, con el potito parado, esperando que llegara a mí.



Sexo en la ducha.

Ese día era uno de los más calurosos, sin presagiar la ola de calor actual en la que vivimos, pero como llevaba a cuestas la pega aún, cuando llegó, lo metí inmediatamente al baño, agarré dos toallas y mientras me sacaba la falda, conversábamos de nuestro día, al momento de sacarme el sostén su cara de desconcierto cambiaba a lasciva y cuando le saqué la polera, empezó a imitarme.


Nos empezamos a limpiar cada uno a sí mismo/a y luego entre nosotros. El jabón se hizo deseo y nos recorrimos. De sólo verlo erecto, mi cuerpo se hundió por inercia en la pared y con mis manos busqué su cuerpo a tientas sintiendo al fin el alivio que su calor me entregaba bajo el agua.

Rápidamente pasamos de sus dedos entrando y saliendo de mí con tal fuerza que si lo pienso aún me duele, a detener el agua, porque la humedad era más que exuberante en ese momento y seguir así. Apoyada moviéndole el potito, colisionando ininterrumpidamente al ritmo de sus jadeos y mis gemidos, y él, agarrándome con una mano firme, para no resbalarme, mientras me embestía ahogando mis gritos con la otra.


Ya no daba más, ya no dábamos más y le pedí dulcemente, como nunca lo hago, que por favor me metiera esos dedos increíbles que tiene con toda la fuerza que sus brazos originarios tuvieran para que terminara por tocarme y sentir como me iba, sin piedad, chorreando sus dedos.


Él, sin darme respiro, me toma y me mira fijo, expectante, suplicando con esos ojos encendidos que hiciera un acto de piedad, y así fue como, sentada al borde de la tina, lo agarré de los testículos y metí todo en mi boca hasta la campanilla y más, provocando que la cantidad de baba fuera aún mayor, y que sus gemidos agilizaran el ritmo. Su cuerpo lleno de baba, desde las piernas hasta su ombligo, y mi cara... mi cara llena de mi propia saliva y líquidos varios con su pene por todas partes dejando huella. Al fin, unos últimos suspiros, me agarra de la cabeza para sujetarme y no caer por el borde,  me presionaba con su pene latente y su fluido termina en toda mi cara, saboreando con mi lengua lo que caía, bajando por mi cuello, por mis pechos...



Un último enjuague rápido y un beso de despedida.

M: Como siempre, un placer. 
Michimalonko: Nos vemos washita. 


Un placer, M.

(V, perdóname, te juro que dejé todo desinfectado.)

sábado, 21 de enero de 2017

Michimalonko.

Llevo una hora esperando, con mi pijama de encaje, mis calzones animal print y olor a lavanda en las pechugas. 


Le mandé un mensaje y me dijo que estaba deseoso por hacerlo venir como un volcán, que extraña mi boca succionándolo, que me quiere tener contra la pared con las manos por sobre mi cabeza o hasta incluso arriba del escritorio en el que escribo esto, pero aún no llega, y mientras lo espero, como cualquier tarde de domingo, les cuento su historia.

I

Hace muchos años atrás, del mismo grupo de dónde conocí a #W y a #N, todos compañeros de colegio, conocí a Michimalonko. Yo sólo lo veía de lejos y no compartíamos más que palabras de pasillo, pero ya en esos años, le tenía fe. "Tiene pinta de que le pone", recuerdo haberle dicho a #W, y por más de un momento, haber pensado en su cuerpo de chico rudo y sangre mapuche sobre mí.



Años después, como todas las M-cosas que me pasan, me lo encontré afuera de mi trabajo. Nos saludamos como si hubiéramos sido amigos de toda la vida, nos pusimos al tanto en lo más banal, nos deseamos lo mejor y nos despedimos. Él me dijo que se iba al sur y yo volví a mi trabajo.

A las semanas después, me llega una solicitud de amistad del mismísimo Michimalonko y entre mensajes sugerentes, quedamos en que pasaría a verme un rato a mi hora de colación. Me quedé más de lo debido, sentada en el piso, conversándole, hablándole de nada, mientras rompía la barrera del tacto rozando con la yema de mis dedos las líneas de tinta que recubrían partes de su cuerpo. Posaba mi nariz en su hombro y sentía su olor. Todo en él me hacía desearlo, desear al menos, verlo de nuevo. Así que, ni tonta ni perezosa, acordamos que me pasara a buscar esa misma tarde.

Me dijo que fuéramos al cine, pero lo invité a fumar en una banca y nos quedamos ahí más de lo planeado. Entre besos y caricias, me miró con ojos brillosos y me dijo "vamos a un motel", fue ahí cuando se ganó mi húmedo corazón, o al menos, una primera parte.

Caminamos al más cercano y como fugitivos, nos metimos tan pronto pudimos a la pieza dispuesta para nosotros.

Nos besamos y de la forma más brutal nos quitamos la ropa. En dos tiempos estábamos desnudos uno sobre otro, de tal forma que no pudimos separarnos hasta que tuvimos que parar por una bocanada de aire fresco y un sorbo de agua helada. Ahí recién me tomé un momento y pude observarlo, en el entretiempo, con su cuerpo desnudo sobre la cama y el mío agitado de tanto placer. Después de las tres horas mejor invertidas de mi vida, y un par de rondas más, se despidió y me dijo lo único que podría hacer estremecer mis piernas más de lo que ya estaban, "¿cuándo culiamos de nuevo?".



Un placer, M.