sábado, 21 de enero de 2017

Michimalonko.

Llevo una hora esperando, con mi pijama de encaje, mis calzones animal print y olor a lavanda en las pechugas. 


Le mandé un mensaje y me dijo que estaba deseoso por hacerlo venir como un volcán, que extraña mi boca succionándolo, que me quiere tener contra la pared con las manos por sobre mi cabeza o hasta incluso arriba del escritorio en el que escribo esto, pero aún no llega, y mientras lo espero, como cualquier tarde de domingo, les cuento su historia.

I

Hace muchos años atrás, del mismo grupo de dónde conocí a #W y a #N, todos compañeros de colegio, conocí a Michimalonko. Yo sólo lo veía de lejos y no compartíamos más que palabras de pasillo, pero ya en esos años, le tenía fe. "Tiene pinta de que le pone", recuerdo haberle dicho a #W, y por más de un momento, haber pensado en su cuerpo de chico rudo y sangre mapuche sobre mí.



Años después, como todas las M-cosas que me pasan, me lo encontré afuera de mi trabajo. Nos saludamos como si hubiéramos sido amigos de toda la vida, nos pusimos al tanto en lo más banal, nos deseamos lo mejor y nos despedimos. Él me dijo que se iba al sur y yo volví a mi trabajo.

A las semanas después, me llega una solicitud de amistad del mismísimo Michimalonko y entre mensajes sugerentes, quedamos en que pasaría a verme un rato a mi hora de colación. Me quedé más de lo debido, sentada en el piso, conversándole, hablándole de nada, mientras rompía la barrera del tacto rozando con la yema de mis dedos las líneas de tinta que recubrían partes de su cuerpo. Posaba mi nariz en su hombro y sentía su olor. Todo en él me hacía desearlo, desear al menos, verlo de nuevo. Así que, ni tonta ni perezosa, acordamos que me pasara a buscar esa misma tarde.

Me dijo que fuéramos al cine, pero lo invité a fumar en una banca y nos quedamos ahí más de lo planeado. Entre besos y caricias, me miró con ojos brillosos y me dijo "vamos a un motel", fue ahí cuando se ganó mi húmedo corazón, o al menos, una primera parte.

Caminamos al más cercano y como fugitivos, nos metimos tan pronto pudimos a la pieza dispuesta para nosotros.

Nos besamos y de la forma más brutal nos quitamos la ropa. En dos tiempos estábamos desnudos uno sobre otro, de tal forma que no pudimos separarnos hasta que tuvimos que parar por una bocanada de aire fresco y un sorbo de agua helada. Ahí recién me tomé un momento y pude observarlo, en el entretiempo, con su cuerpo desnudo sobre la cama y el mío agitado de tanto placer. Después de las tres horas mejor invertidas de mi vida, y un par de rondas más, se despidió y me dijo lo único que podría hacer estremecer mis piernas más de lo que ya estaban, "¿cuándo culiamos de nuevo?".



Un placer, M.

No hay comentarios:

Publicar un comentario