martes, 15 de noviembre de 2016

PornStar.

Peliculión.



Habiendo llegado hace un par de días a la capital y aprovechando el poco tiempo libre que me quedaba antes de ponerme a trabajar, lo único que quería era salir de la gran depresión post Cristian -mula- Grey. Para esos casos siempre agarro el teléfono (que en mi caso aún tiene la serpiente y bailo en cada llamada al ritmo de mi ringtone monofónico), le mando un mensaje corto y preciso a mi follamigo de turno –“y, eso po… culiemos?”-, me pego una ducha rápida (higiene ante todo siempresiempre) y salgo a sacarme las mañas a punta de culiones. El asunto es que aún no tenía un follamigo que me echara una mano amiga, una lengua solidaria, una cachita por el amor de dioh. Así que apliqué plan B y recordé una propuesta indecente que tenía pendiente con un exchico instablogger al que llamaremos Pancho.


Ya había testeado no sólo su cuerpo sexysensual, sino también la buena onda que podía haber, porque por más que me gusten los weones pesaos, no me puedo tirar a alguien que me caiga mal y con él me retorcí de la risa, pero yo me quería retorcer de placer, así que a la segunda oportunidad, no lo dejaba escapar.

Me hizo la mejor propuesta indecente en mucho tiempo: “Vamos al cine. Pero no a cualquier cine… Vamos al cine porno.


Llevaba muchos años paseándome por Plaza de Armas y se me humedecía el corazón de sólo ver en la cartelera tres equis gigantes en luces de neón y unas cortinas de terciopelo que te separan de lo desconocido.


Como era una de mis fantasías, me preparé para la ocasión: falda (fácil de subir, correr, sacar, etc) + algún pinche (que sirva para agarrarte el pelo mientras agarras otra cosa) + zapatos cómodos (para correr en caso de emergencia) + condones (siempre lista). Pero al momento de ir, él no paraba de preguntarme si estaba segura. Como una de mis leyes dice “mejor arrepentirse de lo que haces a de lo que no haces”, contrapregunté:
¿Puedo huir cuando quiera? 
Sí.
¿Vas a estar conmigo?
Sí.
Entonces vamos –csm-.

Nos dirigimos a destino y a medida que caminaba por la galería sentía una arritmia asfixiante que no sabía si era del susto que Pancho me había metido (sin antes meterme nada) o por lo excitada. Llegamos al puesto, Pancho se acercó hacia la boletería, me miró una última vez para comprobar si estaba segura y le pasó el dinero a una señora que pareciera llevara toda su vida sentada en ese mismo cubículo, rodeada de líneas que deben haber escondido tanto polvo como el que habría dentro de esa sala. Le entregamos las entradas al tipo de la puerta y vi un puesto donde vendían golosinas, que sólo me hicieron pensar en esos dulces duros que te ofrecían los/as viejitos/as en un frasco, pegoteados desde quizá qué siglo. Le tomé la mano y él con la que tenía libre abrió la gran cortina de terciopelo y una luz vi resurgir.


A mi izquierda una pantalla gigante con la película que ya había comenzado y butacas. Gente en los pasillos parada, gente en grupos dispersos en diferentes locaciones, gente que se movía, gente y más gente que con la escasa iluminación sólo podía ver como sombras. Así que, me preocupé de no pisar nada sospechoso (que para mi sorpresa estaba bastante decente) y buscamos un lugar.



Nos sentamos y estábamos un poco incómodos, pero la trama de la película donde la protagonista gritaba de placer, nos pudo sacar a relucir las ganas y tomamos medidas al respecto. Nos empezamos a besar, a dejar de lado las chaquetas, los bolsos en el piso y sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo. Empecé a acariciar su cuello, su pelo mientras me besaba y él paseaba sus manos sobre mis pechos bajando por la cintura hacia entre medio de mis piernas. Nos besábamos más y más apasionadamente al ritmo de los gemidos de nuestra protagonista y mientras no soltaba mi mano desde su cabeza, la otra empezó a circular por su pierna, rozando el pantalón, subiendo más hasta tocar ese bulto cual regalo que debía desenvolver. Se soltó el cinturón y quedó perfecto para que mi pequeña mano desenvolviera sus habilidades mientras apretaba y movía de atrás hacia adelante, de arriba hacia abajo, una y otra vez, mientras mordía sus labios y él jugaba con la humedad de mi entrepierna.


Seguimos así un rato hasta que sentí muchas miradas. No, no eran sólo miradas. Estos espectros nos rodeaban y no sólo miraban. Hasta ahí podría sacar mi lado exhibicionista y todo estaría más o menos bien, pero un tipo sentado en la butaca justo a mi derecha movía su brazo muy rápido provocando que su codo me rozara y frotara ya, por lo que decidí huir. Pero con lo caliente que ya estábamos, intentamos en otra parte.

Bajamos y buscamos otro lugar, pero ya la masa espectral de sombras nos seguía y le dije al Pancho que iba a ser imposible así. Así que pasamos nuevamente por ese gran telón, pero esta vez, para irnos de la función.

Calientes y desesperados, después de recorrer el centro completo y sus alrededores buscando rincones decidimos ir a Cumming, porque Cumming es mi pastor y en Cumming culión no me faltará.

A penas entramos a la pieza, nos abalanzamos sobre la cama cual animales liberados. Con sus manos nerviosas y las mías ansiosas, nos despojamos de todo lo que traíamos encima tan rápido que a los segundos de quedar completamente desnudos, pudimos parar un momento, mirarnos, besarnos y cuando bajé mi mano para al fin sentir ese regalo que tanto ansiaba abrir, no sentí nada.


Ya agotada de tanto ajetreo, me tendí sobre la cama sin esperanza alguna, con los ojos cerrados y empecé a sentir subir unos dedos por mis piernas hasta que entre la humedad, se introdujeron, primero uno, luego dos, con cada vez más fuerza y ahínco. Una vez, otra vez, con los dedos rozando la parte interna de mi ser y dejando fluir espasmos que me hicieron colapsar en líquido y excitación mientras mis gemidos de placer llenaban la habitación.

Al final, la protagonista, fui yo.



Un placer, M.

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