Bloggero con bloggera.
Cuando leí a Joven Intrépido, pensé que había encontrado mi alma gemela, o
Vino tinto, a las 23:00 hrs, en la esquina de la plaza.
Estaba todo listo. Yo iba llegando 5 minutos tarde (para variar), pero nada terrible.
- ¿Joven, joven? ¿Dónde estás que no te veo?
- En la boti, amada Julieta.
- No. No te veo.
- No puede ser. Estoy aquí, con el vino.
- Espera, ¿en qué botillería estás?
- En la de la esquina.
-¡¿ Joven?! ¿Dónde estás?
Con el susto de que le pudiera pasar algo grave a ese delicioso, aromático y apetecible
Estaba nerviosa, ansiosa, sedienta, todo a la vez. Joven ya había visto mi rostro, pero yo de él sólo tenía fotos de su mano, su pierna, su mentón
Al fin nos sentamos y no pude resistir el impulso de agarrar la punta dura con los dientes, morderlo fuerte hasta que un líquido, elixir de dioses griegos, saltó a mi boca, llenándola de jugoso cabernet sauvignon. A los tres sorbos Joven ya estaba ebrio, pero aún no lo suficiente.
Yo llevaba un vestido de velvet, que dejaba ver, sólo si yo lo decidía, el encaje de mis ligas y al querer eliminar la barrera del tacto, le ofrecí sentir la textura delicada con sus dedos, pero él sólo atinó a pincharme con su índice, en un intento torpe de en verdad tocarme. Tuve que aplicar otra táctica, y al cambiarnos de lugar en la plaza, él se sentó muy cerca mío, justo al frente, con nuestras piernas rozándose. Después de lo mucho que hablaba y yo lo mucho que bebía, decidí cambiar de roles, pero Joven se resistía, temía terminar ebrio en ese mismo lugar y amanecer pensando que todo lo que les contaré en seguida fue solo un sueño,
Entre tanto roce, tanta risa, tantas miradas, se acerca a darme un beso, pero no, lo esquivé al primer movimiento. Temiendo que no lo volviera a intentar (Joven cohibido), cuando atinó a repetir el movimiento le agarré la nuca con una mano y lo presioné contra mí para que nuestras lenguas jugaran dentro de nuestras bocas. Un poco más de vino y me empezó a hervir la sangre.
Nos fuimos caminando, metí el vino en la mochila y en cada pasaje, en cada marco de puerta, en cada rincón detrás de un auto, en cada paso que dábamos, nos empujábamos, el cuerpo de uno contra el otro, las manos traviesas recorriéndonos, las lenguas saboreando desde ya lo que estaba por venir.
Al fin llegamos a destino, y con precaución de no hacernos notar, entramos a punta de pies a su pieza, aunque Joven un
Yo ya estaba con el vino en la cabeza e hirviendo desde las entrañas de excitación, sólo quería su cuerpo encima, dentro, hasta lo más profundo, pero a veces el placer se retrasa, para más placer. Así que nos abalanzamos en la cama y antes de llegar a compenetrarnos, empecé a bajar por su esbelto cuerpo, su suave piel morena me tenía en éxtasis y al empezar a tocar su miembro se me caía sola la baba. Entre tantas ganas, empecé a lamerle desde la punta a la base y luego meterlo por completo a la boca, técnicas infalibles, porque no quería dejar nada al azar, quería dar lo mejor de mí, y ahí estaba, con la colita parada y la lengua jugueteando con él dentro de mi boca, que lo cubría de arriba hacia abajo. Pero, Joven demasiado entusiasta, empezó a tomarme de las manos, a mover su pelvis, a hacer todo antes de tiempo y es ahí cuando se me eriza la piel y busco el pañuelo más cercano (siempre listo para la ocasión), le advierto una vez, pero sigue repitiendo el mismo patrón (con cierta intención de por medio) y me veo forzada a tomar sus manos por sobre su cabeza, amarrarlas gentilmente y ordenarle con mirada desafiante que no se atreviera si quiera a respirar fuera de sitio. Al principio se rehusaba, pero no le quedó de otra que dejarse llevar por mis movimientos, por la saliva recorriendo su virilidad, por mis labios presionando y soltando a la vez, pero sin dejarlo llegar a la culminación, lo liberé y me puse a su disposición. Podía sentir como entraban y salían sus dedos, humedeciéndome de sólo anhelar su cuerpo.
Se puso sobre mí y solté un gemido en ese momento concreto en el que entró en mí y su cadera encajó con la mía. Sus movimientos eran suaves y rítmicos, pero yo deseaba más. Le insistía que fuera más fuerte, pero el retumbar del fierro del que estaban hecha las camas, nos delataba. Tomé a mi compañero y me dispuse, firme frente a la cama y con el potito parado hacia él. Joven al fin pudo penetrarme como deseaba(mos) hasta que desapareciera su cuerpo entre mis piernas, dándole cada vez más fuerte y rápido a nuestros cuerpos. En el calor de la noche, volvimos a la cama, para una vez más intentarlo, esta vez yo tomando riendas sobre él, y a pesar de lo que hayan leído de parte de un hombre ebrio, yo no lo amarré en ese momento, porque no iba a negarme que esas manos me agarraran, me sostuvieran, me presionaran, y me contrajeran hacia él para seguir en un ritmo que sólo interrumpía el sonido del catre.
Después sólo recuerdo sudor y vino. Ese vino que nos hizo envalentonarnos y tirarnos al piso para poder seguir a nuestro antojo. Me puse abajo, subí mis piernas a sus hombros y esperé que entrara hasta el fondo, lo que provocó un gemido ahogado por Joven y su intrépido movimiento de pelvis, aunque después de un rato se veía un poco complicado, pero no podía dejar que se moviera de ahí. Estaba en el punto de inflexión y mi cuerpo se estremecía de placer.
Recuerdo que terminamos agotados en la cama, entre conversaciones cortadas por el sueño, cansancio y ebriedad.
Al otro día desperté de la nada, sintiendo unos dedos dulces recorriendo mi espalda, pero al darse cuenta que había despertado siguió, teniendo mi venia, recorriendo el resto de mi cuerpo desnudo, cubierto sólo por la luz de la mañana que lograba entrar por la ventana del corredor. Sus manos llegaron a la curvatura de mis nalgas y se perdieron en ellas. Ahí, con la ayuda de mis dedos y los de él, tratando de dejar el mal humor que me caracteriza a esas horas de la madrugada, terminé por explotar de placer con sus dedos aún dentro de mí. Lo miré y pensé que no podía irse así. Le debía un pequeño cariño para que me recordara por el tiempo que no nos volveremos a ver. Y ahí estaba yo, con mis movimientos más sofisticados puestos en marcha sólo para él, que terminó erupcionando como un volcán dentro de mi boca.
Mucha maña, mucha caña, sin nada más que decir ni hacer. Él en la puerta, tratando de escapar del casero para no tener problemas. Conversando de la vida, entre graffitis y murales, hacia el metro porque obvio, no iba a dejar que se perdiera de nuevo y no llegara jamás a sus tierras, porque si no, no podrían estar leyendo aquí, su versión de esta historia.
Un placer, M.