domingo, 24 de diciembre de 2017

La despedida.

Parte I



Después de haber actuado tan desconsiderada, inmadura y hasta cruelmente, sólo me quedaba pedir perdón

El hombre que me tenía de las tripas, quien hacía que no dejara de cuestionarme lo intenso que estaba sintiendo, a quien, después de todo esto que estoy por contarles, aprecio aún más.

  

Él terminó conmigo, algo paradójico ya que nada había comenzado, pero ya estábamos metidos en ello hasta el cuello.

Mi primer impulso fue ir de inmediato, tomar un bus y pedirle de todas las formas posibles que no se fuera. Me aconsejaron darle tiempo, y en esos días que yo pensaba le ponía paños fríos al tema recibo una carta de él. Agradecía el tiempo juntos, exponía sus puntos y se despedía. A penas terminé de leer me invadió una rabia enorme “él, que tanto habla de justicia y no me da opción para responderle, eso es injusto”, pero dentro sentía el pecho apretado, a punto de desquebrajarse y me nublaban los ojos las lágrimas. Tenía que hacer algo ya.

Ordené mis cosas, pero no mis ideas: compraré un pasaje e iré sin avisar. Mi plan sólo consistía en verlo, no tenía idea de nada más.

Llegó el día, fui al terminal y compré el pasaje. Al fin mis personalidades múltiples estaban de acuerdo que era la decisión correcta. Arriba del bus no podía dormir y mi estómago estaba más nervioso que yo. No sabía a ciencia cierta si estaría, si me recibiría, qué le diría…

A penas pude dormir y llegué a eso de las 9 pm. Estaba oscuro, pero ya me conocía el camino. Saqué un cigarro que me fumé en menos de dos cuadras y al terminar el segundo recordé que no tenía cómo entrar al condominio. Csm, pensé. No desesperes, pensó otra yo. Si es necesario saltamos la reja, pensó la más atrevida. Afortunadamente nada de eso fue necesario, llegué con otra gente y el portón del estacionamiento estaba abierto.

Embobada en entusiasmo por esa mísera victoria recordé a qué iba y llevé otro cigarro a mi boca. “¿Estará? ¿Querrá hablar conmigo? ¿Querrá?...” y vi la escena en la que sólo alcanzaba a ver su rostro un instante antes de que cerrara la puerta en mi cara.

Otro cigarro y mi estómago crujía de angustia. Llegué a su edificio y mi corazón corría a mil por hora. Cada piso que subía era un puñal. Su puerta. Estaban las luces apagadas. Toqué. Mi corazón se detuvo a la espera de su voz - “¿Quién es?”- y volvió a latir sólo con el ánimo de salírseme por la boca. “Un fantasma”, respondí. Después de unos segundos de duda me abrió y la puerta dio paso a sus ojos.


 


Continuará...

Un placer, M.

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