En una
isla no paradisiaca, donde la neblina del mar esconde mitos y leyendas, donde miras al cielo y
ves brujos sobre ti, donde un pájaro
observándote desde la ventana puede ser un pésimo augurio, donde las
plantas son sagradas y el mar tiene más de una deidad, está la Fiura.
La Fiura
es un ser mitológico, representado por una mujer encorvada, con ropas rojas y
excesos reflejados en su rostro en forma de arrugas. Una mujer que se
caracteriza por sentirse atraída por hombre viriles, que atrae con su
gran y malino poder de seducción para
tener relaciones sexuales, siendo imposible liberarse de ella por su
gran fuerza y destreza. La única condición es que no le vean el rostro,
ya que si llegan a observarla, ella utiliza su malino aliento para castigarlo.
Una vez saciado su apetito sexual, provoca una locura al desdichado. Es la equivalente femenina del Trauco, su hija y su esposa. (Cosas
del sur po.)
Un
amigo me hizo gancho con una gringa que según él era la ruciedad más hermosa que podría haber
visto, así que me ofrecí a hacerle un tour mientras ella se sacara unos besitos, una cervecita o la ropa.
Nos juntamos en la mañana y a penas la vi, supe que no era una chica vacilona como yo.
A pesar
de eso le hice el tour: fuimos a un parque, a un lago, caminamos entre medio de
unos matorrales, fuimos a la playa, pero ella nada, así que nos devolvimos a la civilización.
En la
ruta nos para un auto con tres personajes dentro, que nos ofrece ir a dejarnos.
Con la rucia nos miramos y nos metimos de una adentro. Como la rucia era
bonita, fue la más joteada del lugar,
pero como era media pesadita, las miradas pronto cayeron sobre mí.
Estos
personajes estaban más volaos que los tres cerditos, o más bien, eran
como los sobrinos del Pato Donald. Hugo y Paco eran gemelos
y Luis su hermano menor. (Disney
estaría orgulloso de mí.)
Hugo
era más sumiso y gentil. De esos hombres que son consentidores. Paco era más
impulsivo y pasional. Quería tomar el control constantemente. Luis era el menos
involucrado, pero seguía atento cada movimiento para participar de alguna
forma.
Como la
rucia iba para otro lado y yo justo, por avatares de los brujos, vivía hacia
donde vivían los patitos, dejamos a la rucia en el camino y me llevaron, me
llevaron a lo oscurito. Me ofrecieron levantar carpa y pregunté si con la de
ellos iba a ser suficiente, me dijeron que sí, y empecé a sentir como se
humedecía mi corazón.
Mientras
los patitos armaban la carpa (sí, era literal), fui a los matorrales por un
ritual que llamara a mi fiura interna y gracias a algunas drogas duras, parte
del ritual, obviamente, pudo apoderarse de mi cuerpo y quedar lista para lo que
vendría.
Mientras
pasaba la botella de boca en boca, me empezaron a acariciar, a tocar, a quitar
la ropa. Rodeada por los tres y tratando de no perderle la pista al ron, se me
calentó no sólo el hocico, si no también, la sangre en las venas.
Hugo me
besaba el cuello, Paco me quitaba la polera y Luis me desabrochaba el sostén.
Hugo me pedía que lo azotara, Paco quería azotarme y Luis me miraba con ojitos
de seducción para que lo eligiera a él entre todos los mortales.
Eran
tantas bocas, labios, lenguas sobre mí que dejé de distinguir a cada uno y me
dejé llevar.
Me
tendieron en el piso y me quitaron el resto de ropa. Paco, el más ansioso,
quería demostrar su virilidad y lo intentó primero. Un par de embestidas
fallidas y next. Hugo, más gentil, empezó a lamerme mientras Luis me orecía su
pene para que lo acariciara. Paco me pasó el suyo y lo empecé a lamer al mismo
tiempo.
Le tocó
el turno a Luis, me puso en cuatro, me empezó a meter no sólo su pene erecto,
además uno que otro dedo travieso por detrás. Mientras lamía incesantemente a
Hugo.
Luego
Luis me tiró encima de él, con la espalda en su torso, acariciándome los pechos
y sujetando mis caderas mientras Paco me embestía. Hugo seguía a mi lado
mientras lo masturbaba y él jugaba con mi clítoris al ritmo de Paco. Seguimos así, no dando más de placer y ya
rendidos en el cansancio, agarré lo que quedaba de mi cuerpo y me fui a la
playa. Casi como ritual me metí desnuda, paso a paso al mar, ese mar del sur
gélido, espumoso que te absorbe. Y entre aleteos y pataleos, me dejé llevar por
su ritmo, recuperé mis fuerzas a la luz de la luna y me devolví con los
sobrinos Donald.
Desperté
al otro día con la sensación de pérdida, pérdida de mi “virginidad” orgiástica
y buscando entre mis cosas, la pérdida también de mis sostenes negros
favoritos. Dicen que para obtener algo, se debe perder otra cosa, que eso es
parte del rito y esta Fiura, dejó como ofrenda, sus sostenes pitucos.
Un placer, M.