jueves, 25 de mayo de 2017

Quién la sigue, la consigue.

III

Y, aquí estoy, volada y perdida (para variar) en medio de un pésimo barrio a la peor hora posible y creo que una pastera se acerca a pedirme una moneda o sacarla por la fuerza, pero mis encantos la hacen hasta obligar a otro de su especie a convidarme fuego, porque el mío se había extinguido.

Camino al paradero que me habían señalado, tomo la primera micro que se detiene y ya arriba evalúo mis opciones. Rayos. No es aquí. Me bajo y tomo otra que parece dejarme un poco más cerca. ¿Cómo llegué a este lugar? En fin, camino. Oh, un bar -Deja de pensar en alcohol- No, un bar, con gente, que puede ayudarme.

Hola, me gustaría llegar a tal calle, ¿saben si es para la izquierda o para la derecha?
No, es por donde venías. 
No, porque, exactamente, es por donde venía - ¿M, en serio pensaste en que estos ebrios sabrían más que tú?-.

(Segundo intento)
Hola, tú que sales de este bar de mala muerte suficientemente sobrio como para irte en bicicleta, ¿sabes donde está la calle tal?
Sí, es para la derecha y puedo llevarte.
Bueno.
(Media hora tratando de descifrar cómo me iba a ir arriba de esos cuatro fierros que componían la bicicleta) Oye, ¿qué haces?
Me trato de subir, como me dijiste...
Su cara de espanto me volvió a recordar que trataba con ebrios y que debía dejar de ser tan ilusa. Mejor camino.

Un par de cuadras más allá, guiada sólo por mi olfato e instinto, llegué al fin a su casa.

Con kilómetros, sustos y una estela de droga que quedaba aún en mí a cuestas, lo saludé: Hola.
Hola, ¿por qué te demoraste tanto? No era tan difícil llegar.

Obvié cualquier tipo de comentario y lo seguí escaleras arriba a su pieza. Ahí estaba yo, armando algo para fumar mientras llegaba él con el vino que tanto había deseado y mi boca se degustaba desde ya ese sabor frutal combinado con su piel.

Nos pusimos al día, hablamos trivialidades, hasta discutimos de música. Sólo excusas para llegar a lo inevitable. Y como mi forma más rápida de llegar al tacto directo es hacerlos bailar, eso hice. Le pedí que me bailara, que bailáramos juntos y terminé bailándole yo, encima de su cuerpo, tal como había deseado hace tanto tiempo.

Entre vino y humo, nos besamos y sus labios eran exactamente como los recordaba, como fueron la primera vez ebrios en un parque en pleno verano y nuestra manos se dejaron llevar por la excusa del alcohol. Mi cuerpo se abalanzó naturalmente sobre él y entre besos nos sacamos la ropa que siempre termina por estorbar.

Nos movimos como uno, pude lamer su cuerpo, recorrerlo entero con mi lengua, con mis manos, con mi peso sobre el suyo. Luego se puso él sobre mí y me embistió como lo había deseado tantas veces, tantas noches, con la potencia de su cuerpo moreno, con sus piernas contra la cama apoyándose para darle más fuerza a su movimiento. Me tomó las manos, me mordió, me hizo gemir más y más fuerte mientras lo sentía entrar una y otra vez, hasta que mis piernas temblaban. Me pidió que me diera vuelta y en una acrobacia terminé con mi clítoris en su lengua y su glande en mi garganta. Mientras temblaba involuntariamente arriba de él a causa de su boca, él se endurecía más por mi saliva envolviéndolo a la vez que mis labios presionaban un poco al subir y bajar por el tronco de su moreno pene. Siguió así, sin parar hasta que me convulsioné encima de su cara, incorporándome y sintiendo tensar mis músculos desde la punta de mis extremidades hasta dentro de mí, palpitante, chorreante, exuberante deshecha sobre su cuerpo en éxtasis.

No dejó ni un instante a que me recuperara para acomodarse sobre mí y me tomarme de las caderas para meterlo lo más adentro que pudo. Aprovechó mi humedad para continuar rápido, pero firme contra mí, que sólo pude atinar a gemir en cada golpe y afirmarme de la cama, que a estar alturas, ya estaba en el extremo opuesto de la pieza. Siguió así, siguió y no quería que parara, sentía como el calor de su cuerpo iba aumentando y el ritmo a su vez. Mi vagina se contraía y su pene se endurecía dentro. Una y otra vez contra mí, contra la cama, contra el muro, contra todo y su miembro explotando de placer, hasta guiar su paso a un ritmo mas lento pero constante que hizo a N soltar un gemido ahogado en lujuria.

Esa noche a penas dormimos, hablamos de todo lo que podría hablar gente que se conoce hace demasiado tiempo y ahora, satisfecha, puedo dejar de perseguir su fantasma.


Un placer, M.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Casi, casi.

II

Días después, saliendo de la pega, me fui al parque de siempre, me fumé los restos y mientras le pegaba unas caladas al cigarro, se acerca uno de sus amigos, junto con otro chico, a pedirme uno. Le ofrecí lo que tenía en la cajetilla aún y entre conversaciones, me ofrecieron beber y como una es borracha, pero buena muchacha y no hay que ser mal educada, les dije "bueno, ya", así de fácil. Después de las primeras fumadas y las primeras latas vacías, su amigo recibe una llamada, a la que sólo responde con un "Wena negro culiao -sabía perfectamente quién era- Estoy aquí con equis y... estoy con la M... así que apúrate." Se me estremeció todo lo que quedaba despierto en mí y me acicalé lo más rápido que pude.

Al ver a la distancia un grupo de gestores de la ley, nos movimos a otro lugar. Ahí, ya instalados, en medio de la conversación, las latas y los humos, aparece detrás de mí, un zapato muy lustrado, negro, grueso, capaz de romperte en mil pedazos y una voz que salía desde lo profundo de su tórax "jóvenes, sus identificaciones por favor". Cagamos, pensé yo. Nos paramos, busqué mi carnet, agarré las latas que quedaban, boté las vacías y me quedé con las llenas en la mochila, la que jamás pidieron que abriera. En cambio, a los otros dos muchachos, casi les registraron sus ancestros. Se llevaron al agricultor de hierbas silvestres y antes de poder correr detrás de él, ya se habían esfumado.

Ágiles, como nunca, llamamos al amigo retenido, nos dio las coordenadas para llegar a él, llamamos a N y decidimos quedar allá. A penas pude divisarlo, con esas calzas de ciclista furioso, con sus ojos color fuego y su cuerpo moreno caribeño, me deshice en deseo. Aún después de la interminable espera, haberle dejado un pan al recluso y asegurarnos de su integridad, seguimos echando humo y me invitaron al cumpleaños de uno de sus amigos. Como la negación no es lo mío, me dejé llevar.

Al llegar al parque, casi de la manito de N, diviso a lo lejos esa figura morena, robusta y autóctona, tan familiar para mí como para ustedes, Michimalonko estaba en el grupo, demasiado lejos de mí que me provocaba ansiedad y, seguido por mi incesante necesidad de buscarlo, de tocarlo, de que por alguna excusa nos topáramos, por un momento perdí mi objetivo en N.

Tras volver a la realidad y recordar al moreno deseado por años que tenía tan, tan cerca mío, pude volver a poner en prácticas todas mis tácticas. Nos separamos y sólo atiné a llevármelo a lo oscurito. Lo metí en un pasaje, lo arrinconé contra el capó del auto más cercano, lo agarré de las caderas, y le dije muy cerca de su oído que por ahí nadie nos vería. Su mano subió de mi cintura a mis pechos, sus besos eran suaves y fuertes a la vez, mi mano buscaba su miembro y cuando esta, ágilmente le bajaba el cierre del pantalón, apareció un grupo de turistas que lo hicieron detenerme en seco.

De nuevo me había dejado con las ganas y yo, ya sin ánimos de nada, le pedí que me acompañara a mi paradero. Mientras en mi mente maldecía a esos turistas, le pregunté por última vez por mi vino. El domingo, me dijo y no le creí, pero siempre he sido, muy en lo profundo, una persona ilusa, así que le dije que coordináramos y me despedí. Él me dio un beso dulce en la boca y me dijo adiós.

Continuará...

jueves, 18 de mayo de 2017

#N

I

Aquí estoy, volada y perdida (para variar) en medio de un pésimo barrio a la peor hora posible y creo que una pastera se acerca a pedirme una moneda o sacarla por la fuerza. Así que para que entiendan, por qué estoy aquí, iremos unos años atrás en mi historia.


Era el 2010 y casi a punto de terminar el año, antes de dar la PSU, antes de graduarme, nos juntamos un grupo de gente en un parque. Ahí conocí a N, un año menor que yo, con cara de bebé. Resultó que su hermano y mi mejor amiga (V) se pusieron a pololear y yo no supe más de él o ellos.

Un día caminando al preu, llegué tarde, para variar, a dar una prueba, así que a penas entré a la sala, me centré en la hoja que tenía enfrente, pero al ir subiendo despacio mi mirada pude ver una cadena, unos pantalones rotos, una polera de algún grupo demasiado rudo para ser legible y al mover su cabeza, a penas pude ver su rostro, pero un rizo rubio que le caía en la frente me deslumbró. Salió más rápido que yo y no pretendía ser más que ese flechazo. En la tarde me junté con P y justo lo vimos. Se sentó muy cerca de nosotras y le comenté que era me había gustado en la mañana cuando lo vi. De nuevo salió primero y como P me había pedido que la esperara en las escaleras, al salir fue lo primero que busqué. Ahí estaba él, en la escaleras, sentado haciendo nada. Me senté con él y nos pusimos a conversar. Terminamos pasando una tarde dando vueltas en el centro con él y P, pero cuando ella se fue, me invitó al ensayo que tenía con su banda. Ni tonta ni perezosa, le dije que sí y partimos. A penas se abrió la puerta vi a N, no lo podía creer, no entendía nada. Él ya más grande, el verano le había sentado demasiado bien, se veía más sexysensual de lo que era antes; sus brazos firmes, sus manos venosas, su cuerpo ágil y esbelto, su cara de niño amurrado y la imposibilidad de fruncir el ceño, me hicieron click.

Después de un par de chateos en msn y haberme comido al del rizo rucio, mientras N estaba en la pieza de al lado y W, en la otra (nada hacía presagiar...), empezamos a juntarnos, a salir, a ver películas, etc como lo hace la gente normal. Nos mandábamos canciones y yo siempre que lo veía corría a sus brazos a abalanzarme cual koala, iba todo bien, hasta que él no tuvo más tiempo para mí. Le pregunté si iba a cambiar y me dijo que no. Lo dejamos hasta ahí. Literalmente dejamos la relación en ese parque, esa tarde de abril, ese día que me subí a la micro con un pie en el peldaño queriendo huir, pero con mi mano hundida en su cadera queriendo aferrarse a él los últimos momentos que quedaran.



Meses después, decidí ir a buscarlo. No sé bien para qué o por qué, pero quería verlo. Y en ese buscarlo, encontré a W, quién, después de aceptar mis besos furtivos con N, se convirtió en el único hombre al que he amado.

Como ellos eran mejores amigos, lo veía siempre. Siempre estaba N en la cocina y yo detrás, mientras nuestras parejas en el living, sin darse cuenta, de que cada que podía, lo rozaba, me sentaba a su lado, lo miraba, lo agarraba y no quería soltarlo más.

Así fueron años, años en los que W me dijo "no te tirarás a mi mejor amigo" y yo lo primero que hice, fue besarlo en un lago semidesnudos y del todo ebrios. De hacer negocios y buscar excusas de todo tipo para ir a ver su hermano, sabiendo que estaría él. De hablarle, sin más respuesta que una frase coqueta y un quizá. De encontrarnos en tocatas y bailar ska juntos, compartir drogas y alcohol, pero jamás el cuerpo. De vernos en los mismos lugares, coincidiendo con la misma gente y hasta forzando encuentros fallidos.


Todo eso en seis años. Sí, seis años eternos de espera y de mucha agua bajo el puente, me llevaron a hablarle un día temprano para decirle que me debía un vino porque sí. Él al fin respondió que estaba en su facultad y yo estaba a una estación de metro de distancia. Lo llamé a penas llegué y cuando lo vi sólo quise abalanzarme, pero me abstuve (sólo un poco). Bebimos, fumamos y cuando se iba me dijo que paráramos por ahí a fumar. Entre droga y aproximaciones, nuestros cuerpos reaccionaron a la electricidad que se creaba entre ellos y nos besamos, nos besamos como hace seis años, como en su casa, como en el liceo, como en el lago, como en todas partes lo hemos hecho. Después de quedar ardiendo, nos fuimos cada uno a su respectivo hogar y lo dejamos donde siempre lo hemos dejado, ahí, en una banca en algún lugar.

Continuará...

martes, 2 de mayo de 2017

¿Follamigo?

Quizá haya pasado demasiado tiempo desde que les cuento qué ha sido de mí y a veces hasta yo me aburro de mis propias historias, así que necesito un descanso de ellas. 



Después de mucho tiempo, Michimalonko le puso fecha a nuestro encuentro. Yo sólo podía desde las 13:00 a las 16:00 porque soy una mujer ocupada y tenía otros compromisos, pero no quería restringirme la oportunidad de estar piel con piel con ese hombre de nuevo.

- Hola.
- Hola primor.
- ¿Cómo estás? ¿Qué has hecho?
- Bien, ¿vienes? tengo que hacer y poco tiempo.
- Parto volando.


Al momento de sonar el timbre yo estaba aún con pijama, ordenando la cama y sacando un par de tazas de la pieza. Le abro la puerta sabiendo que ya conoce la ruta y se demorará porque viene en bicicleta. Me termino de ver al espejo "no está tan mal" o quizá sería más preciso un "he estado peor", una palmadita en las nalgas y me doy ánimos.

- Hola, llegaste, ¿cómo estás?

Es todo lo que alcanzo a decir cuando me besa, lo beso de vuelta y de nuevo, como siempre, nuestras lenguas se entrelazan en la humedad de nuestras bocas, su pene erecto me empuja y me abalanzo arriba de él. Aún con la mochila en la espalda, me toma las piernas y no paramos de besarnos. Sabe el camino a mi cama, me guía casi a ciegas y me posa sobre el colchón. Se saca la mochila y puedo respirar un instante. Lo observo. Veo su pelo más corto esta vez, su polera de algodón que me encanta, sus pantalones que mantienen prisionero ese miembro eréctil... me despierta del letargo con sus manos tomando mis piernas sobre sus hombros, a lo que sólo puedo responder con un sutil empujón con ellas hacia mí. Lo quiero dentro. Se pone arriba y empieza a besarme, como siempre, como nunca, como extraño en estos momentos. Su cuerpo arriba del mío me vuelven otra.



Lo miro fijo, lo desafío y lo volteo. Ahora soy yo la que está arriba en control. Me muevo cual felina sobre cu cuerpo y él se incorpora. Sentado sobre la cama puedo quitarle la polera entre besos y lengua por todas partes. Un pequeño mordisco en su cuello y se molesta. Mi polera de pijama vuela por la pieza y me agarra fuerte una pierna. Me molesto, sabe bien que eso no le está permitido y lo empujo contra la cama. Le recorro el cuello con mis labios húmedos, paso mi lengua por su pecho, un pequeño mordisco más cerca de las costillas y mientras paso la lengua mi mano baja a acariciar su pantalón. Me acomodo y le saco lo que le queda de ropa, él me ayuda a eliminar el calzón que llevo puesto y al fin estamos lo suficientemente libres para acercarnos más



Ha pasado tiempo y la primera embestida se siente realmente dentro. Las que siguen son por parte mía y al reacomodarnos en la cama PAH! una tabla se cae. No importa, seguimos. PAH! PAH! PAH! tres tablas más y entre risas, seguimos casi en el suelo, aumentando la frecuencia. PAH! PAH! PAH! ya en el suelo tuvimos que parar y ubicarnos en otro lugar, mientras sólo pensaba "cama culiá pesá, déjame tirar tranquila".


Michimalonko es un hombre todo terreno y ya estamos acostumbrados a ubicarnos en el espacio que sea para logar el objetivo. Me agaché apoyando los brazos sobre el velador y mientras todo caía de este, él hundía su pene en mí incesantemente. Para variar, esta vez recurrimos a la silla de siempre, con él sentado y yo de espaldas moviendo sólo mi trasero de arriba hacia abajo mientras mis gemidos llenaban la habitación. Me tomó de una mano y me jaló hacia él, dándome la vuelta. Acomodó mis piernas y me besaba el cuello mientras le saltaba encima sin mucho éxito y yo odiando mi metro veinte que no me permitía llegar al piso. Así que lo rodeé con mis piernas y me empujaba hacia él una y otra vez. Lo sentía tan adentro y cada vez más duro, como si fuera a explotar, pero la que iba a explotar era yo. Me abrazaba fuerte y mordía mientras yo empujaba con todo el cuerpo hacia él, no daba más, quería seguir pero un impulso que me recorrió de la punta de los pies hasta mi entrepierna me hizo saltar de placer y con un grito sellé el movimiento que pasó a ser leento sobre él.


Me paré y le empecé a lamer su cuerpo, llegando a su pene dispuesto para mí. Me tomó del potito y me metía las dedos mientras yo bajaba mi cabeza y la volvía a subir rodeando con mi lengua su glande, sintiendo las venas que se le marcan cuando está por estallar y dejando que mi baba chorreante lo empapara mientras gemía de gozo a mi ritmo. No sé si fueron mis gritos, mi mano en sus testículos presionándolos levemente o si fue que lo metí tan adentro que sentía la punta en el fondo de mi garganta, que no alcanzó a tomar el último sorbo de aire y soltó un ronco gemido mientras su pene vibraba en mi boca.






Un hasta luego, nos veremos y la puerta se cierra tras él.


Un placer, M.