Comerse a un completo
Parte II
Bueno, bueno, un poco de contexto. Cuando les hablo de que soy una buena anfitriona, es que me lo tomo en serio y busco que la persona que viene a mi casa se sienta lo más cómoda posible. Si tienes frío, te cierro la ventana, te sirvo un tecito o café a gusto. Si tienes hambre, siempre tengo algo para que no te baje el azúcar, y por supuesto te doy drogas y alcohol a destajo. Obviamente, no quiero que la visita de turno se me vaya en pálida o termine toda curá vomitando en el baño, así que siempre tengo a mano agua, azúcar y una frazada en caso de ser necesario.
Pero sí hay algo que se ha repetido durante estos encuentros furtivos. Y es que, sorry not sorry, te echo de mi casa. Sí, tal cual como lo leen. Una vez viniste, o te viniste, o me vine, o nos vinimos, y todas las posibilidades del verbo venirse/irse, como le quieras decir, quiero que de verdad: te vayas.
Quiero presentarles a ustedes a BERTHA, ella es mi terapeuta y espero que me auspicie, porque la nombro cada dos por tres. Esta conversación ya la tuve con ella, y sí, tiene que ver con no perder mi espacio, intimidad, y no dejar entrar a nadie. Además, aceptémoslo, ¿qué se hace después de? Cuando iba a moteles y era una joven y alocada M, aprovechar el tiempo era la tónica, pero aquí no hay tiempo que perder y yo al otro día debo ir a trabajar y no estoy para perder horas de sueño.
Volviendo al tema.
Eran días de las elecciones y propusimos nuestro primer encuentro:
(Spoiler Alert, sí ganó Boric)
(Spoiler Alert, sí ganó Boric)
Luego de haber tenido el primer encuentro con el muchacho en cuestión, trapero, moreno, ojos rojos y risa de comercial, no pretendía siquiera darle la oportunidad de sentarse a respirar. Pero vi que me pidió tiempo, que estaba aún muy arriba en la nota, y necesitaba tomar impulso para llegar a su casa caminando. Lo vi un poco pálido, un poco ido, y preocupada le pregunté si quería algo. Le serví un tecito, y sí, señoras y señores, damas y caballeros, M se pegó el show y toda volacha le terminó haciendo un completo, con la palta bien molida, el tomate en cuadritos chiquitos y hasta mayo, para que sea un clásico italiano.
Obviamente, después de eso, y reposar, el hombre se fue a su casa, y yo en el trabajo empecé a llamarlo por su nuevo apodo: “El completo”.
Un placer, M.
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