Parte II
- Hola.
- Hola ¿qué quieres?
- Hablar. ¿Puedo pasar?
Brúscamente me senté en el comedor, él sólo atinó a quedarse en un rincón, en
silencio, esperando. Esperando que le dijera algo, algo que yo no podía gesticular.
Los nervios me tenían muda y sólo atiné a decirle “lo siento…” con el hilo que
apenas salía de mi garganta, pero no era suficiente. Traté con todas mis
fuerzas de no deshacerme en lágrimas, expuse como pude lo que tenía para decir,
pero su actitud me daba a entender que la rabia aún era mucha y me dividía
entre salir corriendo de ahí, no soportar más dolor y huir o quedarme y dar
hasta mis últimas fuerzas por esto, él, nosotros…
Me quedé, me preguntó por mi bus y como no había comprado pasaje aún y era ya
muy tarde, ofreció que me quedara ahí. Le pregunté si podía ocupar la pieza de
invitados/as y me dijo que me quedara con él.
Ya a los pies de la cama, con él en la cabecera, tratando de no alejarlo de mí,
seguimos conversando. Entre la extenuante charla no di más y le dije con ojos
brillosos y toda sinceridad “me muero por tocarte”. Acerqué sutilmente mi mano,
él había estado tan frío, distante y su cara… jamás la había visto así de
seria, pero cedió e imitó el gesto. Traté de, muy lentamente, alcanzar su mano,
pero él llegó primero a la mía. Seguimos hablando, aunque ya no dábamos más.
Propuso dormir y traté de irme al extremo más lejano de la cama.
La escena no era nueva, los dos en la cama, cada uno en su lado, sólo que esta
vez había un océanos dividiéndonos. Me obligué a no moverme ni un centímetro,
no quería que nada me separara de él, que nada rompiera el momento que no era
lo ideal, pero era peor que estar sin él. Sumida en mi pena siento que
llega un brazo, bordea mi cintura y paralizada sólo atiné a dejarme arrastrar
hacia él y derribar todas las barreras que se habían interpuesto. No quería que
me soltara, no quería que nos moviéramos de ahí, pero me dolían las tripas, el
corazón, todo por dentro pensando que sería la última vez.
Durante la noche no pasó más que un par de movimientos en falso, unos espasmos
involuntarios de su parte y yo, rota entre sus brazos. Al levantarse me
dijo que se iba al trabajo. Sabía que ya todo estaba dicho, nada podía hacer y
le pedí que se despidiera. Se sentó al borde de la cama y no sé cómo terminé
encima de él, queriendo no soltarlo nunca, pero pidiéndole que se despidiera. “Ahora
debes decirme adiós ¨adiós, M¨ dilo.” Repitió obediente “Adiós, M.” “Adiós, O.”
le dije y lo besé, lo besé entre lágrimas, entre rabia, entre mucho dolor…
Nos fundimos entre los besos y el dolor. En un momento estábamos los dos juntos
de nuevo, con su cuerpo dentro del mío y el mío dentro del de él, pero me detuvo en seco, me dijo que nos veríamos más tarde y se fue.
Quedé en esa casa demasiado enorme para mí, a solas con su olor en todas
partes, sus manías y su rostro en fotos… Me habló para preguntarme si iba a comer algo,
si me enviaba comida, si necesitaba algo, si estaba bien… Tercamente lo esperé,
sentada en el sillón antes de que llegara. A penas se apareció no entendía qué
hacía ahí y nos dispusimos a conversar, una vez más y no sería la última. Estuvimos
así todo lo que restaba de la tarde hasta que se alteró y me dijo no sabía para
qué me había quedado, mi corazón estaba agotado y agobiado. Tomé mis cosas y me
despedí, ya no había nada que hacer, perdí las últimas esperanzas. Salí del departamento sin si quiera poder
despedirme como quería, con mucha impotencia y tristeza. Me armé de valor, me fui a
ver el mar por última vez, reprimiendo las ganas de volver ahí. Tomé un
colectivo, llegué al terminal. Sólo habían pasajes para las 23:45 aprox.
Esperé, a pesar de que sólo quería salir de ahí lo más rápido posible, me resigné a esperar.
(De pronto una mano toca mi hombro. Es él. ¿Qué hace aquí? ¿Qué hago yo?) Vamos más para
allá para que hablemos – atiné a murmurar.
Por favor, no te vayas – dijo él.
No pude más que abrazarlo, besarlo, me decía entre besos que volviéramos a la
casa, que él es muy orgulloso pero que no podía dejar que me fuera, yo ni lo
pensé y cancelé el pasaje, lo tomé de la mano y me fui con él. Nos fuimos
juntos, al fin.
Desde entonces han pasado otras peripecias y hemos podido sobrellevarlas. Pase
lo que pase en adelante, cariño, fuiste lo mejor de este año. Te quiero y sabes
bien que eso no cambiará.
Un placer, M.
Parte I
Después de haber actuado tan desconsiderada, inmadura y
hasta cruelmente, sólo me quedaba pedir perdón.
El hombre que me tenía de las tripas, quien hacía que no dejara de cuestionarme
lo intenso que estaba sintiendo, a quien, después de todo esto que estoy por
contarles, aprecio aún más.
Él terminó conmigo, algo paradójico ya que nada había comenzado, pero ya
estábamos metidos en ello hasta el cuello.
Mi primer impulso fue ir de inmediato, tomar un bus y pedirle de todas las
formas posibles que no se fuera. Me aconsejaron darle tiempo, y en esos días
que yo pensaba le ponía paños fríos al tema recibo una carta de él. Agradecía el
tiempo juntos, exponía sus puntos y se despedía. A penas terminé de leer me
invadió una rabia enorme “él, que tanto habla de justicia y no me da opción para
responderle, eso es injusto”, pero dentro sentía el pecho apretado, a punto de
desquebrajarse y me nublaban los ojos las lágrimas. Tenía que hacer algo ya.
Ordené mis cosas, pero no mis ideas: compraré un pasaje e iré sin avisar. Mi plan
sólo consistía en verlo, no tenía idea de nada más.
Llegó el día, fui al terminal y compré el pasaje. Al fin mis personalidades
múltiples estaban de acuerdo que era la decisión correcta. Arriba del bus no
podía dormir y mi estómago estaba más nervioso que yo. No sabía a ciencia
cierta si estaría, si me recibiría, qué le diría…
A penas pude dormir y llegué a eso de las 9 pm. Estaba oscuro, pero ya me
conocía el camino. Saqué un cigarro que me fumé en menos de dos cuadras y al
terminar el segundo recordé que no tenía cómo entrar al condominio. Csm, pensé.
No desesperes, pensó otra yo. Si es necesario saltamos la reja, pensó la más
atrevida. Afortunadamente nada de eso fue necesario, llegué con otra gente y el
portón del estacionamiento estaba abierto.
Embobada en entusiasmo por esa mísera victoria recordé a qué iba y llevé otro
cigarro a mi boca. “¿Estará? ¿Querrá hablar conmigo? ¿Querrá?...” y vi la
escena en la que sólo alcanzaba a ver su rostro un instante antes de que cerrara la puerta en
mi cara.
Otro cigarro y mi estómago crujía de angustia. Llegué a su edificio y mi
corazón corría a mil por hora. Cada piso que subía era un puñal. Su puerta.
Estaban las luces apagadas. Toqué. Mi corazón se detuvo a la espera de su voz -
“¿Quién es?”- y volvió a latir sólo con el ánimo de salírseme por la boca. “Un
fantasma”, respondí. Después de unos segundos de duda me abrió y la puerta dio
paso a sus ojos.
Continuará...
Un placer, M.
Prólogo.
Si
bien existen las personas del tipo #DramaQueen, yo no pertenezco a esa
categoría, pero justo en este momento, sentada en mi cama, arrepintiéndome por
todo lo que he hecho y sintiendo pena por mí misma, me cuestiono si quizá no lo
somos todos/as un poco.
¿Se han dado cuenta que en el momento en el que creen que va todo bien, de
pronto, algo hacen para cagarla? La conversación con la persona que les gusta
va fenomenal, pero dicen algo de mal gusto y muere la magia. La relación con su
mejor amiga va recuperándose después de mucho tiempo y tiran un comentario que
saben debieron callarse. Les ha ido la raja en los estudios y deberían estudiar
para mañana, pero aquí están leyendo esto y quizá después vean una película sin
relevancia. Hay mil ejemplos, pero la constante es la misma.
En este caso, tengo dos preguntas: ¿somos nosotras/os que nos saboteamos o es
que el mundo simplemente no es perfecto?
Les relaciones humanas no son siempre perfectas y por más que creas que todo
está bien, no tiene nada de malo que algo no salga como esperabas, lo
importante es tomar cartas en el asunto y hacer algo.
Hace muchos años atrás, en la vida de una púber M, las cagué inmensamente (lo
era para esas dimensiones en mi vida). Después de recibir la sentencia de
“condicional”, el desprecio de mis “mejores amigas” y la reprobación del tipo
que me gustaba, huí al baño y me encontré con la tía del aseo. Ella muy
adorable me preguntó que qué era para tanto (en serio lloraba mucho y sin
parar) y entre sollozos le dije que había herido a mucha gente, que las había
cagado y que no tenía idea qué hacer. Ella me recordó que el daño ya estaba
hecho, que no se puede hacer nada con lo que respecta al pasado, pero sí
responsabilizarse de las consecuencias. Me dijo que debía disculparme,
plantarme firme y ser valiente. No es fácil decirle a la gente que nos
equivocamos o ceder, pero si eso llega a compensar un poco lo que hemos
hecho, al menos hay que intentarlo.
Sobre el autosabotage: ¿de dónde nace el impulso de cagarla cuando se cree que
se está todo bien? Partiendo por que, insisto, nada nunca es perfecto y está
bien que nada lo sea (incluyendo cagarla de vez en cuando), está además la
presión de que todo debe ser perfecto y, según yo, es esta presión que colapsa
al punto de hacer algo que, sabiendo en el fondo de tus entrañas, no deberías
hacer.
A pesar de nuestros errores, siempre hay alguna forma de salir victoriosas/os
de eso (sí, soy la reencarnación de Pilar Sordo. Ok, no) de sacar algún
provecho. Pero ya sea aprendiendo, ya sea reconciliándose, o lo que sea,
recuerden que no están solas/os. Todo el mundo las caga. No será ni la primera
ni la última vez. Así que agarren sus cuerpos, tomen valentía, solucionen lo
que puedan y lo que no, denle tiempo.
Un placer, M.