viernes, 4 de agosto de 2017

Un amor violento nos fulminó.

III

(Continuación)

Su cinturón me tentaba de hace tiempo y se lo sugerí. “Despacio” me suplicó con los ojos y se clavó a la cama. Antebrazos arriba del colchón, espalda recta, pies a la altura de las caderas y la cola bien arriba. Tomé mi arma y la inspeccioné. Al moverlo sonó la hebilla y escuché acelerarse su corazón. “No, tranquilo” lo calmé. Era cuero real, no estaba desgastado más que en algunas partes “eso va a doler” y se me humedeció el corazón. Un momento de espero y ¡zaz! Su cuerpo completo se retorcía ¡zaz¡ Su piel empezaba a enrojecer ¡zaz! Mi pulso empezaba a acelerarse ¡zaz! Me detuve en seco. Él quería más pero si seguía perdería el control... ¡zaz! Deseaba perderlo ¡zaz! Y la sangre hirviéndole la dermis. 

Solté mi arma y me acerqué a él. Mi mirada cambió, pero el ritmo de mi sangre fluyendo por las venas aún era descontrolado. “¿Estás bien?” Su ojos brillosos pero exaltados me dijeron que sí.



Ese día tenía una reunión que ansiaba se cancelara. Me senté con todo listo en el comedor y un té esperándome. Su mano tocándome las piernas, los brazos, la cara, el pelo, las manos… sin dejarme nos sumergimos en las imposibilidades de nuestro ser y fue necesario que saliéramos de ahí para poder al fin liberar nuestra mente. 

Mi reunión se canceló y me ofreció quedarme. Nos fuimos a la pieza y nos desatamos, como si el tiempo fuera un regalo más de estas imposibilidades de ser y estar. Me lanzó contra la cama, me beso el cuello y bajó hacia mis pechos. Nuestras ropas volaron en dos movimientos, ya hasta eso nos conocíamos y volvimos a estar desnudos. Su lengua me recorría hacia el interior de mi entrepierna. Se arrodilló y me lamió toda. Su lengua pasaba desde mi pubis hasta mi ano. Su cara clavada entre mis extremidades se batía en batalla con mi clítoris. Mi humedad lo descontrolaba y sus gruñidos de placer me hacían moverme hacia él. Me pedía que lo presionara fuerte contra mí y lo jalaba del sus rizos para ayudarme. Mi espalda se arqueaba, mi cuerpo se convulsionaba, no daba más del placer y al momento de introducir un dedo, lo miré impaciente y le señalé “dos” respondiendo a ello con otro de sus dedos dentro, en sincronía con su lengua bífida. Gritaba a más no poder y ante un último gemido expulsé mis fluidos hacia su lengua empapándolo de mi placer. Sus ojos tan abiertos e inyectados de deseo se clavaron en mí al igual que su miembro erecto y magnánimo. Las embestidas no fueron nunca gentiles y a cada respiro se hundía más y más en mí. 


Su cuerpo cálido y el mío gélido. El suyo arriba presionando el mío. El mío presionando el suyo. La constante lucha entre nuestras masas provocó la tormenta. Una tormenta que destruyó todo dentro de esas cuatro paredes y que me tiene aquí, a unos varios cientos kilómetros escribiendo esto para ustedes.

Un placer, M.

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