martes, 17 de mayo de 2016

Bukowski en la pared.

(Desbloqueando logros II)

(... Continuación)
Cuando desperté del ensueño que fueron sus manos y la totalidad de su cuerpo, me di cuenta que estaba en medio del local, ya con las luces prendidas, con nada de gente y sin un lugar donde irme a dormir, que era lo único que quería hacer en ese momento.

Salí a fumarme un cigarro después del casi-coito que tuve, agotada de toda la jornada pero con la sonrisa de una ganadora de oreja a oreja. Estaba jugando con el humo del cigarro como lo hago cuando estoy aburrida y aparece Frank, quién me había webeado toda la noche para que lo besara, con un contrabajo en las manos. Me invita a su casa, me dice que vaya en la van con él y los demás músicos. Salvación, pensé yo, mientras miraba hipnotizada el estuche del contrabajo, el cual obviamente él tocaba. (El contrabajo es uno de mis máximos amores platónicos, es quizá porque es demasiado grande para mí (golosa), porque su sonido es tan grave, porque puede ser tan jazz como rockandroll y quizá, es porque así me gustan los hombres.) Le dije que .



Llegamos, me tendí sobre esa cama gigante, con un colchón perfecto para mi gusto y me metí entre
las sábanas con toda la flojera del mundo. Ahí fue cuando me acordé que me habían roto las calzas y reí. A ambos nos dio lata ir a buscar los condones que estaban al terminar la cama así que todo se centró en mí. Le dejé la cagá en la cama porque, como dijo un amigo, tengo el `super poder´ del squirt y lo mojé todo.

Conversamos de Bukowski, de la vida, de los muertos, de la poesía, de la bohemia. Le pedí que
cumpliera mi sueño y me agarró con una mano un brazo que mantuvo en alto y con la otra tocaba mi espalda como si hubieran cuerdas y de su boca salían melodías.



Lo que más amo de culear, o lo segundo que más amo de culear (con extraños aún más), son las conversaciones tan profundas que se dan post-coito. Estay en pelota, en una cama, que es el lugar más seguro del planeta y con una confianza única que se da entre dos personas que se han visto desnudas y se han hecho todo lo que pudo ser tabú.

Al pobre hombre no recuerdo haberle dado ni unos besitos en sus partes nobles. Me fue a dejar al paradero con toda la caballerosidad que caracteriza a un rockabilly (también una de mis fantasías) y, por primera vez en mi vida me hice la misteriosa, no le di ni número, ni facebook, ni nada. Lo abracé, lo besé y me subí a la micro con toda la dignidad que se puede con las calzas rotas de par en par, para no volver a verlo. (Síclaro.)


Un placer, M.

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